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Reflexiones de la vida diaria: «El problema con los parientes»

Telam SE

El problema con los parientes

Muchas veces se ha dicho que lo más sagrado es la familia. Es posible. Pero cuando uno habla de familia, ¿está incluyendo a los parientes? Porque con la familia vienen los parientes, ese grupo de gente al que solo te unen lejanos lazos de sangre, un velorio o una herencia.

El término “pariente” se debe haber creado para referirse a quienes no son familia cercana, directa, de sangre. Son como los efectos secundarios, las sobras de la familia.

Ojo: todos somos parientes de alguien. Todos somos las sobras de otras familias.

Con los parientes no te une el amor, ni el espanto. Ni siquiera sos amigo en Facebook, no te siguen en Instagram ni jamás cruzaste un par de cartas documento.

Y no es bueno ser “pariente”. El pariente genera desconfianza. Sobre todo cada vez que aparece uno de la nada. “¿No vendrá para quedarse con el terreno que el abuelo tenía en Burundi?” “¡Ja! Treinta años perdido en una montaña del Tibet. ¿no podía avisar que estaba perdido?” “¿Justo ahora aparecen que compramos dos kilos de asado y 4 morrones?”

También genera desconfianza la aparición de un pariente de un famoso. “Soy prima tercera por parte de cuñado, hermano del nieto del tatarabuelo de Cristiano Ronaldo”. Dos posibilidades: que realmente lo sea y ande atrás de afanarse al menos un balón de oro, o que sea un fraude más grande que si el Banco Alas saliese ahora a vender bitcoins.

No se confía en los parientes… a menos que se los necesite: “El que nos puede dar una mano con el problema de la deuda es un primo de la hermana de mi tío que trabaja en la Secretaría de Arreglar Asuntos a Través de Parientes”. En ese caso se procede a organizar un ágape “para reunir a toda la familia”, se compran chizitos, un par de gaseosas y se los invita a todos, pero con especial énfasis en el funcionario a quien se recibirá efusivamente al son de “¿Qué hacés, perdido? Tanto tiempo. Tas igualito. No… ¡tas más joven que la última vez que nos vimos!” (“Díficil”, piensa él, “la última vez que nos vimos fue para mi bautismo”).

Tal es el descrédito de la parentela que a veces también se desconfía de los que ningunean su relación con el famoso: “si, yo soy pariente lejano de Messi, pero no miro mucho fútbol”. Porque efectivamente, puede que no mire fútbol ni le importe un pito Messi, pero si sos pariente de Messi, ¡no podés no mirar fútbol ni puede no importarte un pito Messi! Es más: ¡no podés ni cambiar la figurita de Messi por 3 de Mbappé! Porque cuando un pariente es pariente de un famoso, ¡todos nos volvemos parientes de ese famoso!

El cargo más común que ocupa un pariente es el de “tío” o “tía”. Cuando no se sabe muy bien en qué lugar del árbol genealógico está, automáticamente pasa a ser “tío” o “tía”. Si la relación es buena, de cariño y proximidad, se pasa a ser “primo” o “prima”. Si nadie te puede ver, se pasa a ser “el tío o la tía esa” o en su defecto “esos”.

El período más difícil de la vida para asimilar parientes es cuando uno es chico: uno no entendía por qué de chico le tenía que decir «tíos» a los primos hermanos de tu vieja que vivían en la base Marambio y a quienes veías una vez al año cuando venían de visita si es que funcionaba bien el Almirante Irizar.

Uno no tenía ninguna relación afectiva, ni amistosa y en esa época remota, ni una foto en blanco y negro. Es más: yo de chico prefería decirle «tío» o «primo» al cadete de la pizzería que cada vez que llamábamos nos traía comida y siempre estaban ahí para nosotros cuando había hambre.

Y así surge la pregunta: ¿A partir de cuántos kilómetros se considera «pariente lejano»? ¿Serán 400 kilómetros, como cuando uno zafa de votar? En ese caso, cada vez que cumple años mi pariente lejano, ¿tengo que ir a la comisaría a avisar que estoy a mas de 400 kilómetros y que por eso no puedo ir a la fiesta?

Y hay algo que me asusta. Mucho. Ver a toda la parentela junta. No porque signifique que alguien se fue a mirar crecer los rabanitos desde abajo. No. Me asusta verlos a todos juntos porque ahí te das cuenta de que tu ADN no era tan perfecto como creías y que a tu árbol genealógico no le vendría nada mal una poda de algunas ramas. O cortar el tronco por la mitad. O hacer leña…

Todo dependerá de cuán “heredable” sea un pariente. No lo nieguen: todos soñamos en descubrir que somos parientes de Bill Gates, de Elon Musk o del Emir de Petrodólar. Y la gran mayoría no lo somos. El consuelo: es mejor eso que tener una vida plena de sufrimiento simplemente por ser pariente de la familia Kennedy o de la familia Ingalls.

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