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Para Alejandro González Iñárritu la vida es un plano secuencia

El frenes y el desenfreno de una fiesta de la que Silverio Daniel Gimnez Cacho quiere huir
El frenesí y el desenfreno de una fiesta de la que Silverio -Daniel Giménez Cacho- quiere huir.

A poco de su paso por el Festival de Venecia, «Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades», la película de Alejandro González Iñárritu, autor de obras como  «Amores perros». «Birdman» y «Biutiful», escrito con el argentino Nicolás Giacobone, prueba con un guión inspirado en su propia historia, con Daniel Giménez Cacho como su alter ego.

De las definiciones de la palabra que sintetiza el título central, las que mejor se ajustan son la de quien relata en forma cronológica y a su manera, su propia historia, pero también la del budismo tibetano acerca de un estado de transición, un intermedio, a veces entre la muerte y el renacimiento, una suspensión o paréntesis de la vida ordinaria.

Silverio Gama, periodista y documentalista, el que cuenta su historia, será el primer latinoamericano en recibir un importante premio en Los Ángeles, por su trabajo en la comunicación, y desde ese anunció hasta el hecho en sí, vuelve al DF donde se reencontrará con su esposa, sus dos hijos ya veinteañeros, sus recuerdos y sus sueños.

González Iñárritu, nació el 15 de agosto de 1963, hijo de María Luz iñárritu y Héctor González Gama (el segundo es el apellido del protagonista) y a los 17 años su afán de viajar se materializó en barcos cargueros que lo llevaron y trajeron Europa y África, apodado «Negro» por su parecido al furbolista chileno Roberto «Negro» Hodge, del club América.

La trastienda de un estiudio de TV que recuerda a Naranja Mecnica
La trastienda de un estiudio de TV que recuerda a «Naranja Mecánica»

Silverio, el exitoso, en reconocimiento al premio estadounidense, merecerá como prólogo uno de los colegas de su país en una fiesta delirante y vulgar, una situación de la quiere escapar tras haber plantado a un ex compañero que, en su ausencia. devino un exitoso entrevistador televisivo, farandulesco y sensacionalista, dispuesto a todo por rating.

Silverio es, a su manera, el Jep Gambardella de «La grande belleza», de Paolo Sorrentino, todos hijos del Marcello Rubini de «La dolce vita», de Fellini, alguien que observa desde arriba su historia -y la de su tiempo- luego de una larga ausencia, y en esa recapitulación, alguien que al mismo tiempo se rinde a la vida en busca de respuestas.

Silverio sabe que ya tocó el cielo con la punta de los dedos, que es reconocido en su terruño como quien logró ser aplaudido en un país en el que al fin y al cabo nunca dejará de ser un extranjero, alguien que sabe cuales son sus frustraciones y que ya nada se puede modificar porque en su extensa bitácora quedan pocas páginas en blanco.

Él sabe que, además de ser un exiliado voluntario, estuvo más ausente que presente en la infancia de sus hijos, que es envidiado y en consecuencia odiado por gente que alguna vez pareció estar cerca suyo, y que la compleja historia de su país, hace cinco siglos viene siendo escrita sobre pilas de cadáveres, calaveras y diablitos.

Trailer «Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades»

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Existe en «Bardo» la sensación de que para un mexicano la muerte, es parte de la vida. De alguna manera las calaveras y diablitos que forman parte de los ritos de esa comunidad y de las obras de algunos de sus artistas también están presentes  en forma intrínseca en esta obra de González Iñárritu, analizable desde diferentes puntos de vista.

 

En un par de momentos está la guerra con Estados Unidos entre 1846 y 1848 que terminó con una derrota y la sesión a cambio de una importante suma de dinero de un territorio que equivale al 120 % del que actualmente ocupa México.

No es casual que en el comienzo de la película los medios estén anunciando que Amazon compró al estado mexicano parte de su territorio cesión avalada por una consulta popular, poniendo en un hecho concreto el poco nacionalismo que existe por parte de su país frente a los Estados Unidos, disimulado tras aquel grito de «¡Viva México, cabrones!»

El apellido de Silverio es igual al primero del padre del cineasta. En un momento de su deambular, primero se «encontrará» con su padre y luego con su madre junto al que fue su perro. También aparecerá su primer hijo muerto a poco de nacer, y una suerte de «alumbramiento al revés», que por lo bizarro resulta una impresionante pesadilla.
 

El rostro perturbado de Gimnez Cacho un periodista al que la vida se le escapa de las manos
El rostro perturbado de Giménez Cacho, un periodista al que la vida se le escapa de las manos.

Pero habrá, más allá de un guateque estridente y de una premiación casi in memoriam, dos secuencias contundentes por su oscuridad, una en la esquina de la Avenida 5 de Mayo e Isabel la Católica del centro histórico del DF, y otra en un lugar vecino sin nombre, dos momentos tan singulares como culminantes que sirven para contar la historia de su país.

En la primera, actual, se verá a una mujer que cae desfallecida en la vereda, a la que se acerca a la que pregunta qué le pasa. «Estoy desaparecida», dice. Alguien le explica: «son desaparecidos: no vuelven ni se mueren». A cientos a su alrededor les ocurre lo mismo. Alrededor de 15 mexicanos desaparecen por dia víctimas del narcotráfico y la corrupción política.
 

La segunda secuencia igual de fantástica, una pirámide metafórica, de cadáveres y en su pico Hernán Cortés (recitando a gritos «Petrificada petrificante», de Octavio Paz), el conquistador del siglo 16 que inició la sangrienta conquista del pueblo Azteca, y tal como sentenció Amparo Ochoa en una canción, nació «La maldición de Malinche», es decir la condición de «dominados».

¿Para qué más entonces? ¿Para qué recibir ese premio a la excelencia periodística en el corazón de Los Ángeles donde de subir al podio debería dar uno de esos discursos llenos de imbecilidades que nunca le gustaron escribir, porque su pasión, la verdadera, corre por otro lado y parte de un reconocimiento que no tiene ningún sentido?

Plano secuencia

En sus primeras películas González Iñárritu mostró una gran habilidad para el manejo de la edición particularmente en el uso de los planos secuencia que fueron claves para los relatos según sus varios personajes -y sus historias- que se entrecruzaban, según la impronta que aprendió de Guillermo Arriaga, coguionista de entonces.

Se trata de un plano que abarca una secuencia completa, sin solución de continuidad, que se inicia cuando la cámara empieza a registrar y el momento en que termina, puede ser fijo o con movimiento, pero la condición es que en sí mismo puede expresar una idea completa, con principio, desarrollo y final, lo que implica una trabajo de planificiación complejo.

Así lo hizo en aquellas primeras obras hasta que un buen día decidió independizarse para finalmente, como en este caso, hacerlo con el argentino Nicolás Giacobone y el resultado es todavía mejor porque logra establecer un diálogo fluido entre cada pequeña historia y lenguaje de cine, entre su mirada detrás de la cámara y la del espectador.

De alguna forma esa narración en primera persona que puede significar el plano secuencia puso al espectador en un lugar físico dentro de la misma estructura cinematográfica, es decir logró hacer que viviera en la sala de proyección una experiencia inmersiva que tan clara quedó expresada primero «Birdman» y luego en «Biutiful».

La emigracin la frontera y sus protagonistas que tambion aparecen en Bardo
La emigración, la frontera y sus protagonistas que tambioén aparecen en «Bardo».

Como esa curiosísima sensación de que los hechos ocurren alrededor del espectador en una platea no fue suficiente, en un Festival de Cannes presentó una experiencia de Realidad Virtual («Carne y arena») en la que quién participaba debía calzarse un casco de VR, una mochila en la espalda, debía descalzarse y entrar a un galpón.

De esa forma podía vivir durante unos minutos  o poco más la sensación de un furtivo migrante mexicano atravesando la frontera que separa a su país de Estados Unidos con todos los peligros que esa decisión significa, caminar por un terreno desconocido y esquivar guardias fronterizos, incluso los zumbidos de sus disparos.

González Iñárritu no esquiva la realidad de que es un cineasta mexicano que pudo lograr en Estados Unidos lo que en su país hubiese sido imposible: alcanzar, como sus compatriotas Del Toro y Cuarón, la meta de un autor reconocido a nivel internacional, como nunca antes el cine de ese país había logrado.

El DF mexicano un paisaje urbano reconocible que sirve para hablar de pasado y de presente
El DF mexicano, un paisaje urbano reconocible que sirve para hablar de pasado y de presente.

«Bardo» es, a su manera, un relato autobiográfico, el que sueña tener todo artista al acercarse o superar seis décadas de vida, el mismo impulso de Cuarón con «Roma» o del otro lado del océano Pedro Almodóvar con «Dolor y gloria», también en esos casos momentos culminantes de filmografías sólidas.

En «Bardo» no hay solución de continuidad entre realidad y fantasía, entre el presente con sus memorias y sueños y el pasado con la materialización de aquellas fantasías imposibles de concretar a ojos abiertos.

Gonzlez Irritu con Darius Khondji en el rodaje con el singular formato 65 mm
González Iñárritu con Darius Khondji, en el rodaje con el singular formato 65 mm.

La sensación de ubicuidad permite al protagonista estar en distintos tiempos y lugares en un solo momento, consigue atrapar el ritmo vertiginoso de más de dos horas de proyección sin que en ningún momento decaiga.

Esa sutil vertiginosidad hipnotiza y logra un suspenso por lo que vendrá que, es evidente, sirve de clave para llegar al final que, como debe ser y en un estilo que podría vincularse al de «All that jazz», es producto de la crónica de de una muerte anunciada.

«Pensamos que somos de varios lados pero, en realidad, no somos de ninguna parte», dice Silverio mirándose a sí mismo como en un  espejo de un lado y del otro de esa frontera, donde lo único que separa un lado del otro es un muro ideológico, un muro de intereses económicos que ponen a los humanos en el estatus de objetos con poco valor, fácilmente desechables.

Silverio frente asi mismo tratando de resolver sus preguntas sin respuestas
Silverio frente asi mismo, tratando de resolver sus preguntas sin respuestas.

Frente a tanta riqueza conceptual, es un lugar común subrayar el casting perfecto (desde Daniel Giménez Cacho como Silverio o Griselda Siciliani como Lucía, su esposa de ficción), Iker Sánchez Solano y Ximena Lamadrid como sus hijos, y la fotografía llena de matices del iraní Darius Khondji (el mismo de «Delicatessen», «La ciudad de los niños perdidos», «Evita», «Alien: Resurreccion», «Medianoche en París», Okja»).

«Bardo», es uno de esos títulos que seguramente dividirá las aguas entre los que lo amen y los que lo odien. Es una costumbre que suele ocurrir con los productos valiosos que finalmente el paso del tiempo logrará ponerlo en su lugar justo. De lo que no cabe la menor duda es que hay que verlo con mucha atención, como un  cuadro de El Bosco, porque en cada segundo, rincón o idea, hay mucho más de lo que se ve para pensar. 

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