Halac cierra con «Marcados…», su trilogía sobre las penurias de los judíos en el pasado
Con su obra «Marcados, de por vida», el dramaturgo Ricardo Halac redondea una trilogía sobre las poblaciones judías en España y América tras la expulsión de ese pueblo en 1492 merced a un decreto de los Reyes Católicos, que comenzó con «Mil años, un día», dirigida por Alejandra Boero en 1993, y continuó con «La lista», de 2016, por Lizardo Laphitz.
Laphitz es el mismo director de «Marcados, de por vida», que narra las vicisitudes de Juan Bautista Diamante, un escritor menor del Siglo de Oro español, converso, amancebado con una bailarina de taberna, también de origen hebreo, y que puede verse los domingos en El Método Kairós, barrio de Palermo.
Actúan José Escobar como Diamante, Carla Di Amore como su concubina y el mismo Laphitz como un funcionario de la Inquisición.
En el texto aparecen mencionados el pintor Diego Velázquez, con lejanas raíces hebreas, y los dramaturgos Calderón de la Barca y Lope de Vega, personajes cercanos al poder y a los que Diamante gusta frecuentar, aunque por su condición de judío converso la figura del inquisidor viene a invadir la intimidad de la pareja y es el que mueve la acción.
Ese inquisidor, corrupto a todas luces, amigo del vino y de la buena vida, especula con su poder y suele caer en la casa los días sábados, cuando por razones religiosas la chica no enciende el fuego ni cocina, y con total desparpajo exige un pago en metálico al escritor, al tiempo que no oculta su deseo carnal por la muchacha.
La chica es más rebelde que su compañero Diamante, que llena su casa de símbolos cristianos para simular lo que no es, pero ella atesora una Menorá (candelabro litúrgico) de nueve brazos y un colgante con una Estrella de David legados secretamente por su abuela, objetos que permanecen ocultos en un arcón y que cobran su sentido en distintos momentos.
La casa se sitúa en un barrio de «marranos» -judíos conversos-, permanentemente vigilado y agredido por autoridades y gente del común, pero Diamante tiene como meta el progreso en su carrera de dramaturgo, intenta olvidar sus orígenes y hasta le propone a su pareja un inconcebible casamiento por la Iglesia Católica.
Ella, en cambio, es fiel a su sangre, siempre ha sido libre -se intuye que además de mesera y bailarina en las tabernas puede haber ejercido el sexo ajena a los límites tradicionales- y posee una fogosidad que aplica no solo a lo íntimo sino a su militancia por la identidad como mujer y miembro de una comunidad.
La pieza tiene lo vivaz habitual en las creaciones de Halac y pone al funcionario del Santo Oficio como una figura tan perturbadora como peligrosa: Laphitz aprovecha su físico imponente para componer un personaje de actitudes lúbricas, chocante, invasor aunque no sin un cierto encanto, que aparece por momentos y aprovecha el poder que le da su cargo. Incluso obliga a tocar dinero a la muchacha, algo que su religión le impide hacer ese día de la semana.
Sostiene que esa mujer debe cocinar los sábados, que debe haber perniles de cerdo colgados en la casa y que no bastan ciertas formalidades para ocultar una religión prohibida que mucha gente practica pese a su conversión oficial: gracias al personaje -y al autor- el público se entera que el intocable Lope de Vega, el «Fénix de los ingenios», tuvo privilegios por su antisemitismo y por la denuncia hacia judíos conversos, y que Calderón también tuvo lo suyo (esto lo agrega el que firma).
En el módico escenario del Kairós, el director Laphitz despliega un inteligente movimiento de sus personajes, con sorpresivos apagones que dan cuenta del paso del tiempo, marca claramente las áreas de la entrada y el interior de la vivienda -adonde el inquisidor jamás ingresa-, y la acción tiene lugar en la sala principal y lugar de trabajo de Diamante, al que el actor José Escobar dota de la adecuada dosis de ensueño, credulidad, oportunismo y perplejidad ante una circunstancia que prefiere ignorar.
Carla Di Amore, quien también es cantante y bailarina, aporta un físico grácil para componer un personaje que parece extraído de lo que hacía Rita Hayworth frente al libidinoso Charles Laughton en «Salomé» (1953) en su famosa escena de baile, y su visible juventud añade frescura al personaje.
Lo que sí sorprende es que, frente a los temores de su compañero irresoluto, ella se marche de viaje a otras tierras junto al inquisidor -obviamente en tren de «querida»- pero esa partida es una maniobra que tendrá un sentido oculto que el espectador no descubrirá hasta el final.
«Marcados, de por vida» va los domingos a las 18 en la sala de El Salvador 4530, hasta el 30 de octubre.