En «Yuna soy yo», la actriz Marcela Ferradás «es» Yuna en cuerpo y alma
La actriz Marcela Ferradás cumple en «Yuna soy yo» una tarea extenuante, comprometida, en el papel de una mujer con problemas de dicción evidentes, quizá fruto de una infancia desdichada o la pertenencia a un grupo familiar que ella define como «monstruoso» en lo concreto o lo imaginario.
La obra se presenta los sábados en Espacio 44 de la ciudad de La Plata y los domingos en el porteño Nün Teatro Bar.
A partir de la novela «Las primas», de Aurora Venturini, que Ferradás protagonizó en 2010 en el Teatro Nacional Cervantes, ella misma llega como adaptadora al espinazo de la historia y transforma aquel espectáculo en un unipersonal intenso, profundamente teatral, con detalles de gesto y dicción muy elaborados, que la dirección de Horacio Peña no tiene inconveniente en echar a andar.
La acción se desarrolla en un importante museo -efectivo espacio escénico diseñado por Alejandro Mateo- en ocasión de un homenaje a la obra total de la pintora Yuna Riglos, una mujer especial que tiene dificultades de dicción y quizá de comprensión y que sin embargo triunfó en su arte y viajó por el mundo, que Ferradás compone con minucia, pendulando entre el rechazo y un entrañable encanto.
Hay algo de los personajes de Niní Marshall en los movimientos de Yuna, cuya historia está muy lejos de los relatos de la recordada comediante, porque lo suyo es trágico, extraño, por momentos insoportable. Se supone a sí misma una suerte de aberración de la naturaleza, alguien que llegó al arte porque estaba destinada a ello, aunque provenía de una familia inusual.
Ni bien comienza su discurso formal de agradecimiento a las autoridades y etcétera, arruga y abandona el texto que está leyendo y, de cara a un auditorio imaginario -ocupado en realidad por el público que observa- tiene necesidad de contar su historia, justificarse, desvergonzarse de sus dificultades parlantes y hundir a los presentes en confesiones que no ahorran pormenores.
Yuna desafía: su descarga verbal le sirve para sobrellevar esa existencia de barrio, presumiblemente durante la década de 1940, llena de vergüenzas, ocultamientos y miserias familiares sufridas puertas adentro, en la que solo su habilidad para la pintura puede ayudarla a evitar un futuro indeseado, observado desde sus 12 años como brutal, doloroso y sin salida.
Esa mujer que logró la consagración a partir de su pintura, presuntamente «naif», seguramente intuitiva y repentista, se enorgullece de no haber conocido varón alguno, de desdeñar el amor y el sexo, de no tener hijos, de su soledad atravesada por un mundo familiar de seres despreciables, malformados, con una madre violenta, una hermana de la que se asquea y una prima que le revela las cuestiones del sexo y se prostituye de una forma particular.
El padre abandonó la casa en tiempos inmemoriales y el único personaje masculino que aparece en el relato es un médico, que llega para atender a la hermana malformada, repelente según dice la protagonista, y termina utilizando esa convivencia convirtiéndola en abuso y oportunismo. Todo es dolor, impudicia y sentimientos tortuosos.
El origen de la obra está en la novela de Venturini, una intelectual de la ciudad de La Plata que debió esperar a los 85 años para ganar un concurso literario y transformarse en fugazmente célebre, luego de una vida novelesca en la que fue amiga personal de Evita, escribió libros, fue torturada durante la dictadura instalada en 1955 y, exiliada en Europa, se codeó con Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus y, a su regreso, formó pareja con el historiador revisionista Fermín Chávez hasta la muerte de este en 2006.
Posiblemente detrás de esa vida con luces y sombras estuviera la presencia de Yuna como «alter ego» de la escritora, que se enamoró del trabajo de Ferradás en aquella versión dirigida por Román Podolsky y le «entregó» el personaje, que la actriz contiene en su propia piel, lo padece, como en la desgarradora secuencia en que acude a un diccionario para poder completar las frases, aunque para colmo le resulta insuficiente cuando las palabras son complementarias.
Es muy difícil pensar en otra intérprete que no fuera Ferradás para encarnar el personaje, con su inseguridad verbal, con la necesidad de narrar su historia de familia porque en ello le va la vida, con el exacto maquillaje de sus ojos, con ese vestido -de Luciana Guttman- que la sitúa en algún tiempo pasado y que por momentos la asemeja a un objeto de bazar.
«Yuna soy yo» se ofrece los sábados a las 18 en Espacio 44, Avenida 44 N° 496, entre 4 y 5 (La Plata) y los domingos a las 19 en Nün Teatro Bar, Juan Ramírez de Velasco 419, barrio porteño de Villa Crespo.