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Eduardo Ruderman transforma «Años difíciles», de Tito Cossa, en una comedia salvaje

Aos difciles con Osvaldo Bermdez Cecilia Labourt Antonio Regueiro y Nstor Villa
«Años difíciles», con Osvaldo Bermúdez, Cecilia Labourt, Antonio Regueiro y Néstor Villa.


El director Eduardo «Cholo» Ruderman crea con «Años difíciles», obra de Roberto «Tito» Cossa lanzada en 1997 y considerada por su autor como un «grotesco moderno», una pieza verdaderamente salvaje que puede sorprender al espectador de 2022 porque mucho de lo que sucede en ella, y más lo que se dice, figura en el índex de la corrección política, muy distinta de la vigente 25 años atrás.

La versión estrenada en la sala del Celcit cuenta en su elenco con Osvaldo Bermúdez, Cecilia Labourt, Antonio Regueiro y Néstor Villa en estricto orden alfabético, y ubica su historia en una casona del barrio de Colegiales, donde dos hermanos jubilados de la docencia comparten una mujer (Labourt), uno como marido y el otro como cuñado y amante.

Sin embargo el desencuentro entre los hermanos no pasa por allí, tampoco hay atisbos de «La intrusa», de Borges, más bien todo se desarrolla con la naturalidad de la rutina y lo principal radica en el enfrentamiento del marido (Villa), partidario acérrimo de la información radial, y el antagonista (Regueiro), fanático de las ficciones televisivas en un viejo aparato en blanco y negro.

Esos datos podrían develar que la obra fue imaginada mucho antes de su estreno a fines de los años 90 y la aparición de las redes, ya que no se observan ni mencionan artefactos como computadoras o teléfonos celulares. Sin embargo es una obra menor de Cossa, un prócer del teatro argentino creador de obras ejemplarmente compuestas como «La nona», «Los compadritos», «Yepeto» y «Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin».

Por su estructura y linealidad quizá sea un remanente de los años de Teatro Abierto estirada para que llegue a una duración normal. Eso se nota por los diálogos banales y la acción deshilachada del principio, que son un desafío para cualquier puestista, pero el director Ruderman va diseñando unos personajes que distan de la simpatía, agobian con su grisura y terminan exhibiendo su monstruosidad, incluso en un final a punto de ser shakespeareano.

Pocas veces Tito Cossa concibi personajes tan abyectos en su pequeez
Pocas veces Tito Cossa concibió personajes tan abyectos en su pequeñez.

Todo es hostil en ese ámbito, incluida la vieja rivalidad de los varones en el juego de paleta que practicaron desde la infancia en un club de barrio ya inexistente y que en la juventud les dio popularidad ante la platea femenina, al punto de que uno de sus «premios» – una mujer con un defecto físico- merece las descripciones más denigrantes, dentro de un orbe que, como en ciertos tangos, ameritan el enfrentamiento viril y no la voluntad de la involucrada.

Todo es circular hasta la mitad de la obra y esas incorrecciones, que son repetidas y festejadas por los varones ya ancianos, se suman a otras que vendrán después: la amoralidad de sus comportamientos, el oportunismo y hasta un antisemitismo que salta a la vista cuando aparece un muchacho (Bermúdez) que supone ser hijo de alguno de los hermanos.

Su madre fue la «Lauchita», esa mujer de pocos atractivos que fue el «premio» al perdedor en un torneo de paleta, que tuvo un único amor en su vida y que en su lecho de muerte le confiesa al joven que su padre biológico fue uno de los hermanos «Stáncovich», a quienes en el barrio se conocía como «los rusos», aunque ellos insistan en que su apellido es de origen vasco.

Por esa razón, el que viene a reclamar paternidad tuvo una formación como judío, vive y se siente judío aunque en esa comunidad la pertenencia se transmite a través de las madres -la obra no aclara si la «Lauchita» era hebrea-, e ignorando que a pesar de su sonido, Stáncovich no es un apellido de origen asquenazi sino que en su grafía Stanković es oriundo de los Balcanes.

Mientras los varones discuten, compiten y se endilgan mutuamente la responsabilidad de aquel innoble embarazo, la mujer encuentra la oportunidad de vivir del muchacho, que no solo tiene una carrera universitaria sino también una vida económicamente desahogada.

La pieza de 1997 cobra otra violencia en 2022 una violencia que habita hoy en lo social
La pieza de 1997 cobra otra violencia en 2022, una violencia que habita hoy en lo social.

Así que si hay que fingirse judíos se fingirán judíos, con una falta de ética típica de ciertos sectores de clase media que aún hoy pueden vender su alma al Diablo con tal de pelechar. Lo que no saben es que habrá una trampa dentro de la aparente confusión del hijo regresado, que organiza un festejo con manjares típicos de la comunidad, que ellos desconocen y que consumen con despreocupación.

Es allí donde florece la decrepitud de esas existencias procaces y tan comunes y donde la pieza encuentra su verdadero nudo de simulaciones, bajezas, individualismos y traiciones, que Ruderman cincela y recrea con autoridad: no hay simpatía en los personajes de los dos hermanos -aunque por momentos Villa divierta con su parla payasesca- ni menos en la mujer, que Labourt compone con suficiente acidez.

Pocas veces Tito Cossa concibió personajes tan abyectos en su pequeñez y por fuera de su destacado costumbrismo verbal en el que cada uno tenía algún momento de redención; aquí no, y el heterodoxo «Cholo» Ruderman lo interpretó al dedillo: no en vano trasladó años atrás el «Hamlet» a una carnicería de barrio y envolvió a sus personajes en un barro que no estaba en el original shakespeareano.

Por la frontalidad de su intención, por lo árido con que el director vistió a sus criaturas, la pieza de 1997 cobra otra violencia en 2022, una violencia que habita hoy en lo social y que en su momento el autor propuso como una temible ucronía disfrazada de «grotesco moderno».

«Años difíciles» se ofrece en el Celcit, Moreno 431, barrio de Monserrat, los viernes a las 20, hasta el 11 de noviembre.

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