Rafael Spregelburd debuta en la calle Corrientes como dramaturgo con «Inferno»
El actor y dramaturgo Rafael Spregelburd es el autor, director y uno de los protagonistas de «Inferno», obra a la que define «como una comedia amarga, donde el equívoco y el caos tienen cierta gracia», y cuyo estreno tendrá lugar este miércoles en el teatro Astros.
«En la obra hemos abordado un tabú y una zona en parte irrepresentable en la Argentina: el infierno de la dictadura y sus suburbios entran en colisión con toda esta parafernalia de estampitas, de morales convencionales, de absurdo, y de humor», expresó Spregelburd en una entrevista con Télam.
Esta es la primera vez que un texto de su autoría desembarca en la calle Corrientes, al aceptar la invitación de Andrea Stivel y Claudio Gelemur, los productores de Blueteam, que buscaban un material suyo para estrenar en el Astros.
Acompañado por Andrea Garrote, Violeta Urtizberea y Guido Losantos, el actor diseñó una trama con un complejo laberinto sobre el pecado, la culpa, la virtud y la tortura del alma.
Con música en vivo de Nicolás Varchausky, la pieza aborda la historia de un periodista que realiza columnas de turismo y que luego de un extraño y etílico viaje a Chile despierta algo confundido, mientras que dos catequistas lo sacan de la cama para informarle que el Vaticano abolió el infierno.
A partir de esa situación, la narración propone que ya no es un sitio específico al que van las almas condenadas, sino que el infierno ahora está en todos lados y que para poder escapar se necesitan siete llaves, aprender siete virtudes: fe, esperanza, caridad, templanza, justicia, prudencia y fortaleza; aunque ejercitarlas parecerá imposible y será un desafío ya que son incompatibles entre sí.
«Comenzó con una noticia más o menos reciente del Vaticano: anunciaron sin mucha pompa que el infierno no existía más, que no había sido más que una metáfora. Sí, es cierto, algunos ya lo sabíamos. El artista León Ferrari incluso venía reclamando casi legalmente: no es posible que prometan tortura eterna en un sitio real en algún lado imaginario.»Rafael Spregelburd
«Yo quería trabajar con la idea del infierno como un espacio moral convencional que de pronto se disuelve y debe encontrar otro lugar, más incómodo, entre las palabras», explicó el intérprete de filmes como «El hombre de al lado», «El crítico» y la comedia «Días de vinilo».
El teatro Astros produce esta pieza de la Compañía El Patrón Vázquez, fundada por Garrote y Spregelburd hace casi 30 años, y que contará con funciones los miércoles 7, 14, 21 y 28 a las 20.30, en la sala de avenida Corrientes 746, de la ciudad de Buenos Aires.
Télam: ¿Cuál fue la génesis de «Inferno»?
Rafael Spregelburd: Fue un proceso largo y lleno de capas. Surgió para responder a un pedido de obra comisionada por el Vorarlberger Landestheater, el teatro público de Bregenz, en Austria. Ellos querían que yo escribiera un texto sobre el infierno del Jardín de las Delicias, de El Bosco, para celebrar sus 500 años. Pero se me hacía un pedido arduo, porque ya había trabajado al menos en siete obras previas sobre la pintura del flamenco: toda mi serie de los pecados capitales está basada en mi libre interpretación de los asuntos que rigen su pintura y sobre todo planteaba un paralelismo entre la crisis final de la Edad Media y la crisis de la Modernidad, que es la nuestra. Así que me parecía un poco ridículo volver sobre terrenos ya pisados. Sin embargo, tenía dos deudas pendientes que me interesaban. Una era pensar el infierno no desde un lugar poético y metafórico, sino desde una perspectiva más real y más concreta. Y me parece que los argentinos vivimos con la dictadura algo muy parecido a un infierno. Por otra parte, al terminar la heptalogía de los pecados capitales me había quedado con ganas de trabajar su contracara: las siete virtudes. Así que decidí aprovechar esta invitación de los colegas austríacos para dibujar esta pieza en siete cuadros, como un juego de siete círculos infernales, uno dentro del otro, siguiendo el delirio conceptual de las virtudes.
Varios años después de su estreno en Bregenz, del que supe realmente poco y nada, quise revisitar este texto tan enigmático para ponerlo en escena en Buenos Aires.
T: ¿Qué elementos tuviste en cuenta para escribir la historia?
RS: Comenzó con una noticia más o menos reciente del Vaticano: anunciaron sin mucha pompa que el infierno no existía más, que no había sido más que una metáfora. Sí, es cierto, algunos ya lo sabíamos. El artista León Ferrari incluso venía reclamando casi legalmente: no es posible que prometan tortura eterna en un sitio real en algún lado imaginario. Pues de buenas a primeras, y así como muchos años antes se habían despenalizado algunos pecados, como la gula y la pereza, la Iglesia Católica ha tenido que ir adaptando su discurso (su gramática) a los tiempos que corren, lo cual nos podría llevar a pensar que toda la construcción de lo que suponemos moral no es sino una convención.
«Si el infierno no está allí donde estaba, ¿dónde está ahora?», se pregunta una catequista en mi obra. Está en todas partes, porque está en el lenguaje. Y el lenguaje contamina la realidad como un virus.
T: Abordás temas como el caos, la catástrofe, la culpa, la estafa, y la dictadura cívico-militar, ¿cuál es la reflexión que plantea la obra?
RS: Lo único que suelen decir mis obras es que el mundo es extraño. Una obra no es una tesis sociológica que debe echar luz comprobable sobre un asunto de la realidad, sino que es una realidad paralela, que en su gramática de convenciones y artificios, se ofrezca como un planeta vecino desde el cual mirar nuestro planeta. Con asombro, con piedad.
La «teoría del caos», mejor llamada ciencia de la totalidad, ha teñido la mayoría de mis textos recientes. Creo en sistemas narrativos complejos, no lineales, poco aristotélicos, a imagen y semejanza de los paradigmas que una nueva ciencia (fractal) propone frente a la geometría euclidiana y los sistemas newtonianos. El caos no es un desorden formal y complaciente, una moda; es en cambio una forma de orden mucho más compleja, con reglas aparentemente invisibles. Hay en el caos un equilibrio más profundo, que es análogo de otros misterios que han sido siempre el motor del teatro: la muerte, el amor, la pulsión sexual.
Además de esa constante en mi trabajo, se suma otra, cada vez más desesperada: la idea del lenguaje como una estafa. «Inferno» viene a instalarse como continuación de los experimentos y reflexiones lingüísticos de piezas como «Spam» o «La terquedad». Hay en la obra un protagonista que pretende estafar a otros; esa estafa es existencial. Y hay un lenguaje que busca estafar a sus usuarios, creando un universo de palabras y moral que hace agua por todas partes. La propia definición del nombre de las virtudes es muy equívoca.
Y por último está la culpa, que es el motor central que mueve a estos personajes. Alguien ha cometido un error y ha producido un daño irreparable. ¿Pero quién es verdaderamente el culpable? La figura del delator, del traidor, ha sido un tabú en el diálogo arduo e insoluble de nuestra posdictadura. Ana Longoni, en su libro «Traiciones», persigue este asunto rastreando el tema en la literatura y en la sociedad argentina. Todo sobreviviente a un campo de exterminio de la dictadura es puesto en un lugar de sospecha; algunos grupos militantes incluso sostenían de manera cuasi religiosa (y militarista) que había que morir en batalla antes que caer en manos del enemigo, y sobrevivir a la captura era leído como sinónimo de traición. Longoni explica el doloroso pasaje en el cual la confesión que se obtenía a través de los torturadores permutaba la culpa de éstos hacia las propias víctimas. Quisimos hacer de este asunto, para el cual no tenemos más respuesta que el asombro y el dolor, el tema de «Inferno» y en vez de imaginar un infierno hipotético, divertido y metafórico, alzamos un poco la voz para decir que hay personas que han vivido y muerto en un infierno absolutamente real, completamente historiable.
T: ¿Qué representa para vos la compañía El Patrón Vázquez?
RS: Es mi casa, mi familia, mi manera de estar y de ser en el teatro. Pero como todo domicilio, tiene un espíritu mutante. Del grupo original nos damos cita en “Inferno” sólo Andrea Garrote (cofundadora) y yo, además del músico Nicolás Varchausky, que en este caso por primera vez se suma en vivo a la escena, aportando un abanico extraordinario de recursos musicales, desde la electroacústica hasta la guitarra eléctrica y el organito Casio. También está nuestro espacializador habitual, Santiago Badillo, que en este caso ha armado un espacio increíble, hecho del mismo «horror vacui» que las pinturas de El Bosco. El Patrón Vázquez es una pareja abierta; así preservamos también el amor que nos tenemos y las ganas que nos reúnen para proyectos diferentes. No somos una usina, somos un punto de reunión.